1. Proverbios 5
(RVC)
Hijo mío, atiende a mi sabiduría;
inclina tu oído a mi inteligencia. Así pondrás en práctica mis consejos
y tus labios resguardarán el conocimiento. Los labios de la mujer ajena destilan miel;
su paladar es más suave que el aceite, pero termina siendo amargo como el ajenjo,
y tajante como una espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte;
sus pasos se dirigen al sepulcro. No tomes en cuenta sus caminos inestables,
porque no conocerás el camino de la vida. Hijos, escúchenme bien ahora:
No se aparten de las razones de mi boca. Aleja a esa mujer de tu camino.
No te acerques a la puerta de su casa. Así no entregarás tu vida y tu honor
a gente extraña y cruel. Así gente extraña no se saciará con tu fuerza,
ni se quedarán tus trabajos en casa ajena. Así no tendrás que llorar al final,
cuando tu carne y tu cuerpo se consuman, ni dirás: «¡Cómo pude rechazar los consejos!
¡Cómo pudo mi corazón despreciar la reprensión! ¡No oí la voz de los que me instruían,
ni presté oído a los que me enseñaban! ¡Poco me faltó para estar del todo mal
entre la comunidad y la congregación!» Bebe el agua de tu propio pozo,
el raudal que mana de tu propia cisterna. ¿Por qué derramar tus fuentes por las calles,
y tus corrientes de aguas por las plazas? Esas aguas son para ti solo,
no para compartirlas con gente extraña. ¡Bendito sea tu manantial!
¡Alégrate con la mujer de tu juventud, con esa cervatilla amada y graciosa!
¡Sáciate de sus caricias en todo tiempo!
¡Recréate siempre con su amor! Hijo mío,
¿Por qué perder la cabeza por la mujer ajena?
¿Por qué arrojarte a los brazos de una extraña? Los caminos del hombre están ante el Señor,
y él pone a consideración todas sus veredas. Al impío lo atrapa su propia maldad,
lo atan las cuerdas de su pecado. El malvado muere por falta de corrección,
y pierde el rumbo por su inmensa locura.
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